domingo, 5 de septiembre de 2010

Walnut

El restaurante. Los meseros mexicanos y un peruano, Camuti, se acercaban a almorzar. Ellos hablaban en mexicano. Camuti no entendía nada y los consideraba ignorantes. Los miraba por debajo del hombro. No participaba. Apareció Walnut. Era alta y mayor que él. Blanca como la nieve. Había subido bastante de peso. Cogió un plato hondo blanco y se sirvió enchiladas. Comía en silencio, en una esquina de la mesa. No quería conversar con nadie. Pensaba lo mismo de los mexicanos. Les parecían despreciables. Camuti la miró y notó cómo los años y el desvelo la habían vuelto poco atractiva. Su rostro angelical y los profundos ojos azules habían perdido un poco de su encanto. No obstante, decidió hablarle. Le dijo algo en un francés masticado. Walnut se sorprendió y lo miró con entusiasmo. Salut!, respondió. Le preguntó en inglés de dónde provenía. Qué hacía. Dónde vivía. Él respondió cada una de las preguntas. Luego ella le dijo que era recepcionista/mesera/chofer en dicho resort y que debía volver a su otro puesto de trabajo. Que había mucha gente. Se despidieron, sin mayores expectativas.

Pasaron varias semanas. Camuti disfrutaba de trabajar en dos lugares diferentes y distantes. Cada persona que conocía era peculiar. Le gustaba saber sus historias, descubrir nuevas formas de concebir la vida. Ver cómo se comportaban. Camuti, en aquél entonces, era pasional y muy práctico. Expresaba cada una de sus opiniones sin preocuparle la reacción que causaban, y vivía a plenitud cada uno de sus sentimientos, ya sea que fueran tristes o alegres, con mucha intensidad. No tenía la necesidad de estar con alguien. No le interesaba. Era un aventurero. Se volvieron a ver y conversaron un poco más. Así él supo que ella provenía de otro continente. Quedaron en tener una cita, para el jueves próximo. Ese día, Walnut le llamó al otro trabajo. Dejó un mensaje. Dijo que estaba en San Francisco, que fue a recoger a una pareja que llegaba de New Orleans, que regresaría muy tarde y que no podrían verse. Él no se inmutó. Total, estaba muy feliz con las cosas conforme sucedían.



Ronnie, el boliviano, pasó por su casa y recogió a Camuti. Fueron juntos al trabajo. Se habían hecho muy amigos. Con nadie más sentía que la conversación era tan fluída, tan natural, como si se conocieran desde niños. Era el amigo que necesitaba. El compadre, el compinche. Ronnie conocía a Walnut. Ella salía con su roommate, Alfredo, quien estaba totalmente enamorado de ella. Ya en el resort, Walnut apareció nuevamente por la cocina. Buscaba desesperadamente a Camuti. Se acercó a conversar con él y con Ronnie. Les comentó sobre el tiempo, que estaba muy agradable, que era un día de primavera y que el sol alumbraba con toda su plenitud. El frío había disminuido, podía andarse en mangas de camisa. Luego se fue. Volvió a la recepción. Ronnie le dijo a Camuti: Compadre, esa mujer quiere estar contigo. Camuti respondió que no la encontraba bonita. Él le dijo, que no, que eso no importa, que salga con ella. Pero le comentó también que salía con Alfredo, el otro boliviano y que él también trabajaba ahí, en otra área, y que era mejor que sea cauteloso. Repitió todo eso como cinco veces seguidas. Logró convencer a Camuti. Antes de salir del trabajo, él pasó por recepción, vio que Walnut estaba sola, hablando por teléfono, sentada. Se acercó, le quitó el teléfono de un solo golpe, lo puso al costado y la besó apasionadamente. Ella se quedó asombrada, desconcertada. Estuvo callada por un momento, asimilando lo que había sucedido. Luego esbozó una lenta sonrisa de satisfacción en los labios. Sintió que Camuti era lo mejor que le había pasado en los últimos doce meses. El aventurero se despidió, le dijo que se verían la próxima semana. Se fue con Ronnie.

En los días siguientes, Camuti se sorprendía a sí mismo pensando en ella. La extrañaba. Se vieron en dos semanas. Se fueron a la ciudad cercana más grande, a dejar a otros pasajeros que iban a Nueva York. Luego fueron por una calle. Ella paró. Le mostró un teléfono público. Le dijo que desde allá le llamó cuando no pudieron verse. Volvieron al carro. Volvieron rápido al resort. Mientras ella manejaba, él no dejaba de besarla. Había mucho romance en el ambiente. Se besaron hasta que se quedaron sin energías. Walnut puso en la radio un bolero, Bésame mucho, en una versión inédita, interpretada por una cantante que pronunciaba un español difícil, pero con mucha emotividad. Camuti estaba extasiado. Regresaron al resort y ella le dijo que le espere. No podía decirlo bien, porque quería expresarlo en su idioma natal, y le costaba trabajo decirlo en inglés. Él espero. Ella volvió con unas llaves. Eran las llaves de una habitación. Se metieron a hurtadillas. Hicieron el amor salvajemente. Luego se acostaron. Pero él decidió irse. Era un aventurero. Al salir, cogió algo de la refrigeradora y se paró en la carretera, esperando que alguien lo lleve hacia donde vivía, a una hora y media de allí. Al día siguiente se vieron. Camuti le comentó que se mudaría donde los bolivianos, que sus amigos ya se habían ido y que la casa estaba pagada hasta fin de mes, que él se quedaría una semana más, antes de regresar a su país. Él ya había conocido a Alfredo, quien quería ser amigo suyo, pero Camuti se resistía. La conciencia lo traicionaba. Alfredo le dijo un día antes que se mude con ellos, que no había ningún problema. El aceptó, por compromiso. Pero al día siguiente Walnut le propuso vivir juntos. Camuti no lo pensó dos veces y aceptó.

El día de la mudanza, Walnut le ayudó a colocar todas sus cosas en el auto. A las seis de la tarde ya tenían todo listo. Cuando estuvieron a punto de irse, se besaron, pero ambos sentían que algo extraño sucedía. Voltearon la mirada. Vieron que un auto doblaba por la entrada. Era Alfredo. Él los vio besándose. Walnut se acercó hacia el carro de Alfredo. Quiso hablarle, pero él no dijo nada. Luego volvió, le dijo a Camuti que se acerque, que era mejor que hablen. Camuti se acercó a la puerta del auto, sin miedo. Alfredo lo miró. Había una bien disimulada tranquilidad en su mirada. Luego le preguntó: ¿Porqué?. Él dijo que necesitaba mudarse. Volvió a preguntar por qué y Camuti le inventó una excusa, que no quería gastar en taxis y que preferiría vivir cerca al trabajo. Alfredo arrancó el auto y se fue.

Llegaron al resort. Walnut le dijo que había hablado con el dueño, pero que no pudo conseguir ningún descuento. Pese a ello, deseaba pasar los siete días con Camuti y decía que no existía precio que le impidiese hacerlo. Luego tendría que trabajar mucho para poder pagar ese monto, pero por ahora era mejor no pensar en eso. Se instalaron en la habitación que sería el mejor testigo de dicho romance. Pasaron los siete días juntos. Se amaron demasiado. Walnut le enseñó a amar de una forma que él no conocía, con un método que ella había desarrollado y que era mucho más placentero que basar el sexo sólo en el coito. Le hablaba de casarse, de vivir juntos, para siempre. Camuti no atinaba a decir nada. Era muy joven y esa idea simplemente no cabía en su cabeza. El solo hecho de pensarlo lo estremecía. Al día siguiente se fueron de viaje, recorrieron por un día entero la ciudad que más le fascinaba a ella. Visitaron sus lugares favoritos. Lugares mágicos, como sacados de cuentos de hadas. Ella le explicaba la ciudad, a la par que le transmitía todo lo que había aprendido de los diferentes viajes que había hecho, de toda la gente que había conocido. No obviaba ningún detalle. Por momentos parecía una profesora enseñando a un niño de primaria. Un niño que la observaba asombrado, ávido de conocimiento. Al anochecer, retornaron a la habitación. Siguieron amándose incansablemente. Cada noche parecía más intensa que la anterior. El amor crecía cada vez más, parecía no tener límite.

Hasta que llegó el séptimo día. El inevitable día en el que tendrían que separarse. Por la mañana fueron a dar un paseo por una ciudad cercana. Él tomaba fotos a cada instante. Quería tener un registro de todo lo vivido. Walnut, en cambio, prefería observar. Así se aseguraba de que todo se almacenase en su memoria, donde ella decía guardar los mejores recuerdos. Por la tarde ella lo llevó al aeropuerto. Hablaban bajito y estaban absortos, alejados de la realidad. Llegó el momento en que Camuti debía tomar el avión. Walnut lloraba. Camuti se mantenía en silencio. Le pedía que se calme. Prometía escribirle. La aeromoza anunció que el avión iba a partir. Camuti se vio obligado a subir. La abrazó tan fuerte que sintió que se le iba la vida. Luego subió al avión, lloró en silencio y la extrañó eternamente.

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