domingo, 19 de septiembre de 2010

My sister's wedding

Para la noche ya había escampado y en la ciudad se había disipado todo rastro de calor, convirtiendo al salón del hotel más lujoso en el sublime refugio de aquella noche tan peculiar como especial. La futura esposa llevaba un vestido azul marino memorable y en su rostro se apreciaba un maquillaje sobrio e impecable, delatando las artes del estilista, quien tuvo que esforzarse para mantener inalterada la belleza morena de aquélla hermosa mujer. Todos los que estuvimos presentes caímos inexorablemente rendidos ante su gracia natural y su sonrisa nerviosa. Sus manos estaban decoradas por el cetro adquirido por elección: unas rosas aun sin reventar, del color del rubor de las niñas de corazón puro. El salón de lámparas blancas exhalaba el aroma de los lirios y las rosas, que eran rosados, blancos y violetas. Luego los novios se sentaron frente a la sabia funcionaria civil que se encargó de leerles las obligaciones que tendrían como marido y mujer y transmitirles, con algunas reprimendas por adelantado, la inmemorial sabiduría que les ayudaría a gobernar la vida en común. Después de esto, los aun novios se dirigieron a pedido suyo hacia el centro de la mesa, donde habrían de demostrar su voluntad de casarse y suscribir el acta de matrimonio. Y sobrevino el momento que arrancó el suspiro de las amigas aun solteras e hizo recordar a las ya casadas la lejana vez en que lo dieron: el beso y la colocación de los anillos. Entonces los ya esposos tuvieron la ocasión de expresar la buena ventura que vivían. Él se encargó de regocijar nuestros corazones y dibujar la sonrisa en nuestros rostros, cuando dijo que había contraído nupcias con la mujer de sus sueños. Ella, un poco tímida y aun conmocionada por las palabras de su consorte, agradeció a todos. Su parquedad la experimentaron también los padres del novio, quienes no pudieron expresar todos los deseos de su corazón sin ser atropellados por la tristeza y la alegría, todo junto. Pero nadie pudo sentirlos tanto como el padre de la novia, quien tuvo que hacer pausas largas en tres ocasiones, para evitar desfallecer. Fue la primera vez que no pudo valerse de la serenidad y fortaleza que le caracterizaron tanto en los actos públicos como en los privados a los que frecuentemente asistía. La expresión de dolor en su rostro era tan conmovedora, que tuvo que buscar a tientas el hombro de su mujer, sentada en una de las esquinas, con el vestido de jersey violeta pero con los ojos dilatados y de color carmesí.  Ella, a su vez, también con las pausas que parecían ser el patrón de la noche, agradeció la oportunidad de acompañar a su hija en una ceremonia tan especial, y dijo al esposo que era bienvenido a la nueva familia, que lo acogía con los brazos abiertos. Luego el maestro de ceremonias con la voz retumbante, invitó a los novios al centro del escenario, donde bailaron algunas piezas, encontrándose entre ellas la que se encargó de producir la magia que los unió en dos. Al ritmo de yo no sé lo que me pasa cuando estoy con vos, me hipnotiza tu sonrisa, me desarma tu mirada, los esposos, felices y radiantes, se apoderaron de la pista de baile, hasta que poco a poco fueron perdiéndose en la fiesta que hubo de durar dos días enteros y que movilizó a ambas familias en torno a su prosperidad eterna.

3 comentarios:

  1. No terminé de probar el bufete y la fiesta se suspendió... ¿para siempre?

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  2. Permanece en los recovecos de la memoria

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  3. me deje llevar por tu narracion,me sonroje con algunas partes,,bien Oscar
    BENNY RIOS ARENAS

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