domingo, 5 de septiembre de 2010

La apremiante, y agobiante, búsqueda existencial

 
Muchas veces las necesidades existenciales son tan grandes que nos apremian a buscar una verdad, nuestra verdad, por caminos tan disímiles como peculiares. Así, mutamos de piel: pasamos de ser granjeros a ser hombres de negocios, de ser deportistas a cocineros, de filósofos a mecánicos, de fotógrafos a cantantes. Recorremos diferentes ciudades, localidades, pueblos. En suma, viajamos. Es que esta necesidad existencial nos insta a movernos, pensando que en el próximo destino encontraremos lo que buscamos a ciegas, con obsesión. Durante la búsqueda constante conocemos nuevas personas. Las observamos, pensando que en ellas se manifestará nuestra verdad. De repente encontramos una y la copiamos, la hacemos nuestra, creyendo que la respuesta encontrada es la verdadera, la real. Al momento de encontrar la que creemos nuestra respuesta, nos deslumbramos tanto que decimos a nuestros seres queridos que ya se acabó la pesquisa. Sin embargo, al poco tiempo nos desencantamos, miramos todo con coraje y decidimos mandarlo al diablo. Y nos vemos enfrascados en una nueva búsqueda, más apremiante que la anterior. Lo único que podemos apreciar como cierto, entonces, es la eterna y constante búsqueda. Nos sentimos abrumados, muchos de nuestros seres queridos se molestan, desencantan, prefieren no escucharnos, nos instan a definir todo ya, de una vez por todas o nos miran con ironía, se ríen en voz baja y piensan que no vamos a cambiar. No sabemos qué decir, así que nos quedamos callados. Nos preocupamos en silencio y deseamos con fe tener un mejor panorama, que todo se aclare. Incluso preferimos no decir por qué caminos nos llevará la nueva pesquisa. La guardamos para nosotros, esperando que el tiempo nos confirme no habernos equivocado. Pero, el tiempo transcurre y volvemos a caer en lo mismo. Nos sorprendemos y miramos todo con desilusión. Pensamos que somos así y que es mejor acostumbrarse a la idea. Pero sabemos que hay algo más allá. Ya sin fuerzas y con mucho miedo nos lanzamos a buscarla. Examinamos todo, tratando de descubrir dónde está el error, qué debimos haber hecho de otra manera. Entonces, una voz muy queda sale de nuestro interior y pronuncia algo casi imperceptible. No busques, nos dice, la respuesta está en ti. No entendemos, la ignoramos, pensamos que se ha equivocado. Optamos en cambio por aferrarnos a la última posibilidad que habíamos barajado. Y tratamos de mantenernos firmes. Dejamos que el tiempo pase, esperamos que todo se ordene. Hasta que, de repente, la respuesta surge, espontánea. Es tan clara que no necesita explicaciones ni artilugios para convencernos de que estamos en lo correcto. Antes ya la habíamos escuchado, pero la desechamos tan pronto como había surgido, por miedo. La respuesta nos ilumina completamente. La asimilamos con mucha naturalidad, porque forma parte de nosotros. La acogemos y nos sentimos felices. Descubrimos que siempre estuvo ahí, acompañándonos, esperando que le prestemos atención. Nos sentimos entonces bendecidos. Desde ese momento seguimos hacia adelante, firmes, sin dudas y vamos desarrollando nuestro talento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario