miércoles, 15 de septiembre de 2010

Dolor

Muchas personas me preguntan qué satisfacción puedo encontrar en el dolor. Yo sé que no me entienden, para eso sería necesario que hayan nacido en mi cuerpo. Sólo quizás así podrían comprenderme. El dolor forma parte de mi vida desde que nací y ahora no puedo vivir sin él. Lo necesito tanto como el aire o el alimento diario, y lo llevo conmigo como cada uno de nosotros trae a su alma, a su sombra. Claro que para mí es un elemento más. Está presente, aunque no lo pueda ver. Pero sí lo puedo sentir, y eso me reconforta. Cuando no lo aprecio, siento que he desperdiciado el día. Claro que muchas veces me debilita o pone sombrío, pero lo amo más que a los denominados sentimientos positivos que también experimento cotidianamente. ¡Entiéndalo ya!, a esos no los necesito, no los deseo. Sólo la tristeza, la soledad y sus manifestaciones tanto física como espiritual me motivan. Aunque, de los dos, me es más entrañable el dolor espiritual, porque es insondable y porque, en las ocasiones que trasciende al nivel físico, no lo hace dos veces en la misma parte de mi cuerpo. A veces se revela en mis ojos (sobre todo cuando están cansados de llorar o gimotear), otras veces en los hombros, en el estómago o en las piernas. No entiendo qué mecanismo utiliza para elegir el órgano en el que se manifestará, pero ¡vaya que me sorprende!. Supongo que primero ingresará en mi cerebro, y éste elegirá, al azar, el destino y recipiente, el continente de mi dolor espiritual. Esto me hace feliz, porque es como jugar a la ruleta rusa. Tampoco estoy seguro si uno reproduce la misma intensidad del otro. Algunas veces me pareció que no. He tratado de estar vigilante, y distinguir cuál de los dos es más intenso. No me ha sido fácil, porque cuando los dos están presentes, uno predomina y anula al otro. Sin embargo, ahora que lo examino, me doy cuenta que el espiritual es más fuerte, definitivamente. Si hubiera una batalla entre los dos, la ganaría este último. Pero, aunque disfruto más de uno de ellos, amo a ambos. He descubierto el placer que hay en cortarse la yema de los dedos con una fina navaja. Puedo sentir cómo se traza un surco en mi piel, que se destruye poco a poco, pero da paso a la sangre, que comienza a brotar, tan roja, tan cálida, tan deliciosa. Mis ojos se obnubilan al verla descender por mis dedos y discurrir por mis brazos. Me gusta sentir su saborcito salado en contacto con mis labios. Pero eso ocurre en situaciones extremas. Normalmente me contento con dolores intensos en el cuerpo, sin necesidad de flagelarme. Sólo recurro a ello cuando el dolor espiritual no es tan acogedor, cuando se vuelve nulo. Así puedo recordarme que estoy vivo, que todavía siento.

La fuente primigenia de mi dolor siempre he sido yo, porque sólo yo lo busco y lo disfruto de esa manera. Pero, gracias a Dios, algunas personas se han encargado de alimentarlo en momentos cruciales. No estoy molesto con ellos porque, como les dije, mi gozo es particular, necesario y porque la soledad siempre estuvo presente. Lo que ellos sí hicieron, es ayudarme a acentuar, definir mi predilección. En especial la chica de cabello castaño ondulado con la que comparto mis días. Nos unimos por necesidad. Yo pensé que así podría espantar la soledad que siempre me ha embargado, y ella quería demostrar a sus padres que no sería tan desdichada como ellos predijeron. ¡Pero claro que sus padres no se equivocaron!. Fuimos enamorados por un tiempo casi extenso y al final nos casamos, pero nuestra noche de bodas no se consumó hasta muchos años después, cuando decidimos tener un hijo. Aparte de eso, no hemos tenido ningún tipo de contacto físico. Al principio yo lo intentaba, quería lograr que ella espante su tedio, pero no pude hacerlo. Cada vez que yo intentaba soprenderla con un detalle, cocinar algo rico, ella me frenaba, diciéndome, sin levantar mucho la voz, pero con la suficiente energía para entender claramente el mensaje, que nunca comería lo que yo prepare. Entonces, con su comportamiento, trazó el camino que ahora ambos recorremos, ya sin marcha atrás. Ambos trabajamos en lugares diferentes, pero siempre la dejo en el trabajo, la busco para almorzar juntos y paso a recogerla para regresar a la casa. Incluso, me quedo despierto a su lado cuando ella tiene que revisar algunos trabajos. Pero, aparte de eso, no compartimos nada más. Dormimos en habitaciones separadas y asistimos solos a las reuniones o fiestas que organizan nuestros amigos. En alguna ocasión le propuse ir juntos, pero siempre me ha dicho que eso no ocurrirá. Una vez la llevé a la fuerza a un hermoso centro recreativo, ubicado a muchos kilómetros de donde vivimos, pero esto fue un gran error. Todo el viaje renegó, e incluso me dio algunos golpes en el brazo y en el hombro, leves, como los que dan las mujeres, pero lo suficientemente claros para entender su disgusto. No disfrutamos el paseo y tuvimos que regresar. Hemos tenido varias situaciones como esa. He pensado en recurrir a terapia, pero su actitud lo hace imposible. Pensé en conversar con su mamá, quien aun está viva, pero también es una mala idea. Su mamá nunca estuvo de acuerdo con nuestro matrimonio. Y recurrir a ella es como satisfacerla. Sin embargo, no puedo separarme de mi compañera. La necesito y necesito más a nuestro hijo, con el que poco a poco estoy desarrollando una relación afectiva. Para ser sinceros, dudo que las cosas vayan a cambiar. Por eso, es mejor que siga consumiendo mi dolor.

1 comentario:

  1. I just read this words...
    Thank you so much friend!!! I surprised!!!
    I see that´s my birthday´s gift...
    That´s a big gift...
    than you for understand me...
    this words are inside me... so deep...
    How deep that nobody knows my pain...
    thang you so much again...
    than you for hear and understand me...
    you took your time to write it...

    "These wounds won't seem to heal
    This pain is just too real
    There's just too much that time cannot erase"

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