domingo, 5 de septiembre de 2010

10

Yo soy un ángel - dijiste, mientras caminábamos por aquél hotel tan nuevo como nuestra relación. Al igual que el hotel, eras tan imponente, que me marcaste. La luz que emanabas lo iluminaba todo y no se escapó ningún rincón de mi ser. Sin embargo, debo confesar que al principio no me producías nada, mis sentimientos eran nulos. Luego te fuiste metiendo de a poquitos en mi corazón y nunca más saliste. Empezaste como un chorrito de agua discurriendo entre algunas piedras y te convertiste después en un río, uno de los más caudalosos que conocí. Me devolviste a la vida, me diste vida, como aquél niño que sólo yo vi nacer un sábado por la noche. Y con ello, me colmaste de tranquilidad.


Recuerdo cuando me besaste por primera vez. Fue tan inesperado e inopinado, que no atiné a decir nada. Más bien, tu, la dueña de mi destino por aquellos días, me pediste que te amara, y yo accedí. Me decía a mí mismo que no hay nada de malo en volver a intentarlo, y que esta vez sería diferente, porque no era yo quien daba el primer paso. Me pediste que te amara, y así lo hice. Nos amamos dos veces esa noche y luego nos pusimos a ver tus fotos. Me contaste la historia de tus hermanos. Después de mucho tiempo escuché historias que no eran trágicas. Captaste toda mi atención, disfruté saber de ti, de tus amigos y tu familia. Luego viste mis fotos, y me dijiste que te gustaba aun más, que en las fotos se me veía mejor. Ambos nos reímos. Nos volvimos a besar y así comenzamos esta historia que tuvo mezcla de rabia y locura. Te sentías tan feliz de conocerme, que al día siguiente me pusiste al teléfono con tu mejor amiga. Fue bueno saber que tenías gente que te apreciaba mucho, que estaba feliz porque eras dichosa. Pero, no eras tan paciente. Renegabas seguido, aunque no me agobiabas. Nunca lo hiciste. Casi todo en ti era equilibrado, que no causaba daño.

No sé si llegué a meterme en tu corazón, como tú en el mío: muchas veces me parece que no. Una tarde, me dijiste que entre nosotros sólo había un cariño especial, que no es el cariño de amigos ni de hermanos, pero que no era amor. Aun sostengo que no es fácil creerte, no por el hecho de que quiera cegarme, sino porque con algunas actitudes te contradijiste. Era tan fuerte lo que me brindabas, que no creo que ese cariño no sea amor. No querías despegarte de mí. Por momentos parecía que tú deseabas pasar más tiempo conmigo, que me extrañabas más. Eso me hacía feliz, y me motivaba a darte mis mejores sentimientos. Aunque a veces me frenaras, diciendo que no debo enamorarme, pero esa prohibición se desvanecía pronto y en cuestión de horas volvía a entregarte todo, desinteresadamente. No me arrepiento de haberte conocido. A veces no puedo evitar la nostalgia que me embarga y lloro en silencio. El tiempo que estuvimos fue tan corto, pero tan intenso, que me hubiera gustado que dure toda una eternidad. Pero tú, mi ángel, tenías que enmendar otros corazones, besar otras bocas. No te preocupes cariño mío, que cuando recuerdo tu rostro, tu voz, tus constantes preguntas y tus dudas, es entonces que toda la tristeza se esfuma y en su lugar, una sonrisa ilumina este arrugado rostro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario