domingo, 5 de septiembre de 2010

El amor y la materia


¿Acaso el amor tiene fin?, ¿Es quizás infinito?, ¿Cuántas veces se puede amar?, ¿Se puede amar, una y otra vez, con la misma intensidad?, ¿Estamos condenados a amar por siempre?

Comenzar una nueva relación sentimental tiene algo de mágico, porque parece fuera de este mundo. Encontrar entre la multitud a aquella persona con quien compartir nuestros momentos nos hace felices y nos ilumina. Es por eso que, motivados, entregamos nuestros mejores actos y sentimientos al ser que ahora amamos. Claro que en algunas ocasiones no es correspondido y se torna obsesivo, pero en las que sí lo es, el cariño se vuelve recíproco y ocasiona que todo a nuestro alrededor se torne maravilloso: sentimos que flotamos en un universo paralelo, suspendidos en la atmósfera por la buena fortuna del amor. Lo queremos todo de esa persona, sólo queremos ser con ella, hasta que en algún momento nuestro ímpetu original se frena un poco. A medida que compartimos el tiempo, vamos conociendo más al ser que amamos, sus virtudes, manías y defectos, y nos vemos obligados a adaptarnos. Esta es quizás la parte más desafiante de toda la relación, porque nos agota un poco tener que adecuarnos a la forma de ser de quien amamos, ya sea que se trate de la primera vez que amamos, o no. En algunos momentos queremos abandonarlo todo, pero recordamos cómo encontrar el amor, o reencontrarlo, sacudió nuestro mundo interior. Esto, y el hecho de apreciar nuevas formas de sentir y actuar, nos motivan a seguir hacia adelante. Y el tiempo también brinda su aporte, ayudando a que todo se acomode y que la comprensión reine: logramos entendernos y podemos nuevamente disfrutar del amor que nos prodigamos, ya con menos intensidad, pero sin desavenencias. Todo esto pasa tan rápido y tan de repente, que al fijarnos bien, nos damos cuenta que estamos envueltos en una nueva relación y que amamos una vez más. Entonces pensamos que, al igual que la materia, el amor no se extingue, sólo se transforma y adopta nuevos rostros, nuevas formas. Recordamos a todas las personas que hemos amado, lo que aprendimos con ellas, y las razones por las cuales terminamos. Nos damos cuenta que cometimos algunos errores y que ahora somos más sabios como consecuencia de la experiencia, que los errores y las heridas del pasado nos pueden haber llenado de dolor o de temor y que tal vez nos repriman un poco. Y a veces, por ese motivo, no entregamos todo y preferimos guardar algunos sentimientos dentro de nosotros, pero así avanzamos. Con los temores a cuestas, la nueva relación sigue fluyendo y nos descubrimos felices. Y muchas veces consagramos nuestro amor en el matrimonio e iniciamos la vida en común, con todas las bendiciones que acarrea. Pero no en todos los casos existe un final feliz: algunas veces las relaciones terminan trágicamente, con la muerte de sus protagonistas, quizás porque no empezaron bien, o porque en el camino algo falló. Y en otras no tan infrecuentes veces, si bien el final no es trágico, el amor se termina por razones que en su momento no entendemos. Y se torna inevitable no sentimos tristes y solos. Nos deprimimos y sufrimos por cierto tiempo, hasta que conocemos a alguien más y nuestro corazón vuelve a latir. Nos preguntamos si esta vez será la ocasión definitiva, si nos habremos topado con la persona que hemos esperado siempre, pero es imposible saberlo. Nos decimos entonces que no perdemos nada y optamos por entregar desinteresadamente nuestros sentimientos y nuestro tiempo, y como consecuencia recibimos amor a cambio. Así iniciamos una nueva relación y, sin darnos cuenta, regresamos al origen.  

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