¡Bésame!, susurró -mientras la bata rosada trasparente se deslizaba por sus piernas y caía en una de las esquinas de la cama-, necesito sentir que soy la mujer para ti. Alejandro, que estaba sentado en un antiguo sofá ubicado en una de las esquinas, no dudó en hacerlo y se acercó raudamente. Pasó su brazo por su cintura, la abrazó con fuerza y la besó apasionada pero lentamente. Su boca se movió alrededor de la de Rossana, recorriendo cada centímetro, sin dejar ningún espacio inexplorado. De repente, él apartó sus labios algunos centímetros, haciendo una pausa pequeña, para besarla después repetidas veces, con avidez, como si la vida se fuera a acabar en cualquier instante. Rossana reaccionó con gestos de placer. Sus gemidos eran suaves, secos y no muy prolongados, pero bastantes cargados de erotismo. Pasó sus brazos por el cuello de Alejandro, quien seguidamente la cargó y recostó delicadamente en la cama blanca y suave. Observó todo el esplendor de aquél cuerpo canela claro y se recostó sobre ella, besándola intensamente, mientras las yemas de sus dedos transitaban por sus piernas y abdomen, hasta colocarse sobre sus manos y estrecharlas. Le dijo bajito que siempre había esperado este momento, que ella era la única mujer capaz de calmar su sed. Entonces el abdomen de Rossana se levantó y descendió levemente, formando una especie de ola. Rossana soltó uno a uno los botones de la camisa blanca de su amante, pero no la retiró: sólo la dejó abierta. Después aflojó su cinturón y le quitó luego el pantalón azul marino. Entonces le dijo que está autorizado para ingresar. Alejandro no pudo resistir, apagó la luz y en la casi total penumbra se volvieron a besar, con frenesí. Y en ese instante los dos cuerpos fueron uno solo. Sólo los quejidos y suspiros esporádicos interrumpían el silencio que imperaba en la habitación. El tiempo, a su vez, era marcado por los movimientos de aquéllos cuerpos ahora en perfecta comunión. Había mucha pasión, mucho ímpetu. Pasó cierto tiempo y no pudieron contenerse más. La pasión llegó a su clímax y experimentaron un sublime placer. Luego vino la petite mort, y ambos se recostaron en la cama. Alejandro la volvió a abrazar, mientras acariciaba los cabellos de la mujer de su vida. Y ella se sentía amada y feliz. Entonces ella empezó a contarle algunas historias, y apoyó su cabeza debajo del brazo extendido de él, hasta que ambos se quedaron dormidos, más unidos que nunca.
Wow!...
ResponderEliminaramor y felicidad...
entrega total... conexion total...
interesante y necesario el diálogo post éxtasis...
¡Cuánto la extraño!