¡Carolina!. No quiero volver a escuchar ese nombre. Es ella quien me ha sumido en esta insondable tristeza y me tuvo hospitalizado por varios días, sufriendo las heridas del desamor. Yo estaba tan enamorado y feliz, pero vino ella y causó revuelo en mi vida, arrebatándome el sosiego. Aun ahora puedo sentir su aroma a magnolias frescas y recordar sus intensos y carnosos labios rojos. ¡Ah!. Esos fueron los labios de mi perdición. Nunca antes un par de ellos provocó en mí tantas ganas de besarlos, de morderlos. ¡Y qué decir de su rostro!. Muchos hombres perdieron la cabeza al verla, al fijarse en sus pómulos rosados, en su tersa tez blanca, en su nariz tan fina y en sus pestañas tan coquetas y poderosas que, en complicidad con sus ojos celestes, podían decidir mí destino y el de mis congéneres: la vida o la muerte. Su cuerpo concentraba la deliciosa figura de las mulatas y la delicadez de las blancas. En nadie más se lucían mejor los corpiños y las blusas, ya sean holgadas o ceñidas. Los primeros sugerían las hermosas formas que los segundos dibujaban bien, sobretodo de ese par de senos turgentes, exquisitos, del tamaño ideal. Su cintura, por otro lado, representaba la gloria, el trofeo máximo. Muchas batallas se hubieran podido librar con un solo propósito: enroscar, atar, anclar los brazos alrededor de ella. Y sus piernas son otra razón para perder la cordura. Son largas y firmes, suaves al tacto, al igual que esas nalgas de locura. Nadie podía dejar de sucumbir ante tanta belleza. Nadie. Ni siquiera yo. Desde el instante que la conocí, caí rendido ante sus pies, pero ella no se inmutó ante mi temblor en las piernas, mi sudor frío o mi incapacidad de hilvanar las ideas frente a ella. Y luego de su rechazo sólo me quedó deshojar margaritas en el hospital de desahuciados.
"sólo me quedó deshojar margaritas en el hospital de desahuciados."
ResponderEliminarotra historia mas de sufrimiento...