miércoles, 6 de octubre de 2010

DOS FELINOS

                    Entre mis sueños recordé al felino hemipléjico que tuvo que soportar dos días aciagos de gato agonizando por la copiosa cantidad de mordidas humanas de los últimos caníbales de la tierra, pero hechas con tanto ensañamiento, que parecían el trabajo de unos cuantos jabalíes, irónicamente respetuosos, con habilidades de moto y colmillos tan largos como los clavos usados para fijar calaminas. Al gato le restaba literalmente media vida, porque las patas traseras y la columna media se convirtieron en una larga cola que lloraba sangre. Pero, en el sueño, tenía la suerte contraria al sino de su destino y descansaba sobre un sofá, en la posición inversa, con las patas traseras formando un ángulo de treinta grados, apuntando hacia arriba y dando leves golpes en el espacio. Sus patas delanteras, más largas que las otras, que estaban extendidas en la casi perfección total, salvo por el pequeño ángulo formado por los codos, se suspendían en el éter, mientras que el rostro inclinado en sentido contrario a la dirección del viento era el fiel reflejo de su suspensión en el mundo de los sueños. Lo contemplé respirar por cierto tiempo. Luego lo vi abrir sus ojos ámbar y clavarme inmediatamente esa mirada penetrante que me causó pavor e hizo arrepentirme de no poder acompañarlo. Entonces desperté y, diligente, me aproximé hacia donde estaba Enrique, conversando con una mujer de falsa piel de marfil, que sonaba a muerte. Los vi murmurar, impávidos, algo intraducible, colocar un trapo de color rata sobre la cabeza del felino y coger una fina navaja, que lo fue despojando del excesivo pelaje blanco en las patas delantera izquierda y trasera derecha, en la última de las cuales se introdujo la sustancia de poder soporífero e inmediato resultado. Luego, la pata delantera demostró la vena del grosor de dos cicatrices, por donde corrió el líquido de óxido tierno y pálido, que se detuvo a un centímetro de su trayectoria. Como no podía transitar por el cauce sanguíneo, la mujer de mejillas color jamón se colocó el estetoscopio que, apoyado por tres dedos, y sobre todo por el dedo del corazón, se posó sobre el corazón del felino. Después cogió una jeringa casi tan gruesa como un frasco de goma y llena del líquido con sabor a tranquila desdicha. El corazón se empapó y sobrevino un largo silencio. Fue entonces que comprendí que no tendría una nueva ocasión para compartir el recipiente de comida y que, sola, apreciaría el mundo bajo la palmera.

2 comentarios:

  1. Me gusta esta historia amigo...
    tu siempre con las historias sufridas... jeje

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  2. No estoy muerto, la pócima no mato mi amor. Me quedo al acecho, mientras mis ojos están cerrados, la escucho que me espera donde juntos disfrutábamos nuestro amor y se que sanaré aunque sea en sueños y la disfrutaré en mi ultima mordida de amor, que sera para siempre...

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